sábado, 28 de mayo de 2011

Diario de Manhattan ► Autor: Néstor Sánchez

A... Carlos Sánchez

Diciembre

Lunes 5
La elocuencia íntima sobradamente íntima de un año que termina en la vicisitud constante entre comprensión o penumbra. Aparecer en esta isla, recorrerla incluso en sus gangrenas, es como adjudicarle verosimilitud: a veces, sin embargo, se parece demasiado a una metáfora de toda humanidad que decae degradándose; otras, un museo perfecto de hasta el último pormenor de lo que no debe hacerse. Comprar este cuaderno representó, en cierto modo, consentir necesidad de cauce, de punto de apoyo para alguna forma de preservación interior en principio no deducida. Por ahora ningún propósito concreto, salvo que escribiré en permanencia, por primera vez, con la mano izquierda.

Miércoles 7
Por ráfagas creo entender de nuevo que toda tentativa auténtica requeriría desprotección terminante. Pero de esta forma se agudiza la tendencia a percibir el avatar como misterioso, su supuesto lenguaje codificado. Hoy bajo la primera nieve recrudeció de improviso el tema de haber nacido (su diametralidad) como conflicto sin retorno, y me prometí una nota. En cierta medida creo que descuidé su imponencia a causa del otro conflicto de la inevitabilidad de la muerte, e incluso porque de algún modo (¿sólo desde el instinto de preservación?), agradecí mis huesos. Haber nacido sobre todo si se tienen en cuenta los protagonistas inconscientes que generan su fatalidad (no otra cosa que un niñito llamado a mitigar sopor y sinsentido), se vuelve un tema de connotaciones desvariantes. En el caso de considerar que el niñito será adulto y, sobre todo, que se verá obligado a tomar conciencia (y aquí el resquemor encubierto), esmeraría en el rehén. Abluciones de tilo, indicaría un mahometano pura sangre.

Sábado 10
El gran estorbo de escribir con la mano izquierda parecería devolver el cuerpo a los cinco años, a una percepción casi intacta de aquella otra inhabilidad circunstancial. A través de unos pocos renglones aludió de manera inobjetable al asombro de base que por fortuna no se ha perdido. La frase por su parte cuesta, las palabras se delatan, brota una especie de crispación ineficaz y sin transigencia. Buen inicio. Buen inicio siempre y cuando se recuerde el convenio.

Por la noche...
Las líneas rectas cuestan más que las letras. Pienso ergo vuelve a escandalizarme la filosoficidad. De cualquier modo el término conciencia fue aludido sólo cuando se necesitó referir un fenómeno preciso. Conciencia de sí, de los otros, del mundo: ¿se volvería realmente, por largos momentos intrigados, algo cercano a una condena? Primera irrupción del interrogante; nada mejor que mantenerlo en bandolera. Ahora la nieve oculta en parte una fealdad general que, en algunas circunstancias redondeadas, llega a insinuarse como dolencia.

Domingo 11
Es cierto que resulta imposible dar con un sitio (por lo menos una mesa en un rincón) donde no quede de inmediato en evidencia una forma dada de patología. De patología que se exhibe y demanda corifeos. Sumo unas pocas líneas, porque de nuevo urge partir: usura y egoísmo, subrayo dos factores implacables que, al analizarlos con frecuencia, se delatan siempre en todo doblez o recámara. Cada uno a su modo una isla (amurallada, agresiva) sin la menor posibilidad de intercambio afectivo con el exterior, sin margen de enmienda. Pasar por alto, escabullirse, mandatos sin objeción.

Miércoles 14
La caravana incesante de los puentes que colma cada mañana la ciudad; la caravana desvariada que la vacía cada tarde con dos luces de frente, hacia los relámpagos sonoros del televisor. Cinco días de flujo y reflujo multitudinario en cuatro ruedas, acaso con el único motivo no del todo explícito de consumir petróleo en gran escala. El planeta, fatalidad en sí mismo, requiere ser vaciado, a su edad, del líquido negro. El está en otro argumento; papá y mamá por lo común también. Y el sol una estrella, y doscientos cincuenta mil millones de estrellas (de soles) nada más en esta galaxia; con el punto en la luna. Agregué la pierna izquierda; por ahora es la que sube y baja los cordones. ¿La atención tendería a circular en otra frecuencia?

Domingo 18
La homosexualidad militante que obliga a ostentarse sin descanso en tan gran escala parecería una proliferación de estandartes encargados de denunciar la perdición la más impía. Es probable que piensen en un Dios desatento, irresponsable, y requieran demostrarle en permanencia hasta qué límites hace llegar su desidia. El culto de lo depravado que domina por entero la vida americana exige aquí un tributo capital hacia la fealdad reinante ya aludida. Consiguen que no sea omitido un solo elemento para que la sesión aflictiva encaje en lo desmesurado. Raro espectáculo efusivo de un infantilismo ingenuo (¿mayor ingenuidad que la del sexo?), apremiado por encarnar la perdición, la falta irremisible. Traicionar al yin o al yang como principios inescrutables debe representar, no es tan difícil suponerlo, una emergencia culposa demasiado intensa, demasiado aciaga; y de ahí la denuncia.

Martes 20
Privarse por un momento leve de cruzar una pierna es enfrentarse con un impulso irrefrenable, fulmíneo, que se delata desde que tomo asiento; no parecería verdad las veces en que tiende a repetirse la tentación mecánica, con total independencia de algo, por mínimo que sea, capaz de decidir o, por lo menos, de participar con levedad en la demanda. Sumo, porque anduvo varias horas de costado: nadie otra vez, en ninguna secuencia, en ninguna secuencia. Nadie para un encuentro mínimo, para una señal adecuada, fructífera. Pero llego a entender (era madrugada inhóspita hacia calles desiertas) que ya no se trata de melancolía o desacato del epicentro. Por fidelidad al del costado me arrepentí apenas de no añorar.

Miércoles 21
Hasta ahora bastante bien sólo algunos negros de actitud lumpen (la palabrota lumpen escarnecida) sin aditamentos, auténticos: atención concentrada, cadencia en la motricidad, sigilo, comportamiento hombre invisible. Pronto iré a Harlem; dormiré en Harlem. Que la izquierda se irrite y los dedos parezcan entumecerse es justo; pero debo darme cuenta, mientras tanto, qué hace la derecha, cómo se apoya, si descansa, si se independiza. A partir de hoy incluyo no cruzar las piernas, sin excepción admitible, por tiempo indefinido; observado en los demás se descubre ese automatismo desgarrante, parecido al de la gesticulación. Central Park exotiza en su alarde psiquiátrico.

Viernes 23
Lo supe antes de sentarme y abrir el cuaderno. Supe que no había una frase más adecuada, como síntesis de configuración inamovible, que la escuchada en París en aquellas circunstancias hoy más entrañables que nunca. De paso aprovecho para subrayar, dado que se vuelve lo más difícil: el dinero reemplaza a la conciencia. A propósito, por unos pocos minutos, de aspirar con mayor constancia a un equilibrio que tiene sus propios interrogantes, cuando se establece, por lo general no equilibrados. Volví a suponer que podrían equilibrarse al desadmitir sus contrastes. Por qué motivo un interrogante niega al otro en lugar de convivir con sobriedad, y equilibrarse.

Domingo 25
Releí la nota del miércoles catorce y debo extremar cautela, no irme detrás de la reflexión contenedora de grandes brújulas. Necesitaría, por contraste, agudizar rigor oponiéndome con más frecuencia a la queja. Bien pierna izquierda en cordones; ya puedo sumar (por el indicio repentino de antes de ayer) que el cuerpo sólo gira en la dirección de ese flanco. Subrayé queja por tratarse de la vieja batalla a veces campal. Queja es negatividad que se obtura obturando, lo supe y me consta; es no admitirse inaccesible a las dificultades —por grandes que parezcan— del desconocido en lo desconocido. Queja, en el plano que sea, es despreciarse antes de aprender a renunciar. Y la renuncia más incómoda señala siempre confort, seguridad, autotranquilización. Queja es una mujer histérica, destemplada, estúpida, que toma el control para sólo consagrar mensualidades, paseos vespertinos y estufas.

Lunes 26
Por la tarde...
Obsesión adquisitiva en franco recrudecimiento más ramas pequeñas de pino que semejan arbolitos, uno a uno, con los ojos en blanco, los pies en cualquier parte, por millones. En circunstancias tan exageradas deben desdibujarse hasta los tipos humanos; todo al extravío. Allá se decía la berreta. Le royaume du barratin. Al unísono, como de común acuerdo: rapiña casi criminal, usura perpetua, lo fraudulento. Serenas, atentas, las dos mujeres negras en Central Station, ayer por la tarde temprano: ¿admitieron esa suerte de complicidad remotísima de la vergüenza natal?

Jueves 29
Frío demasiado intenso después de tanta nieve; de preferencia no al lamento. Cito en la resonancia significativa: Y si un imbécil se ríe es porque es el Tao. Muy de a poco fui siendo se diría cautivado, sobre todo al andar por las noches. La mayor parte de fruterías (abiertas las veinticuatro horas) están en manos de chinos. Verdaderos reductos a contraimagen. El comportamiento de hombre y mujer es lumpen, con la única diferencia, creo, que en vez de apoyarse en la astucia parecen apoyarse en la ingenuidad. Delicadeza inspirada, la palabra justa, aunque siempre en el distacco, en la consagración de la diferencia. Entre ellos, el pudor atinado como regla penitente. Dada la actividad que eligieron, nada más adecuado que aquella otra frase de frases que tanto parecerían merecerse en su esencia: nunca jamás el fruto de la acción. Se fuma (y se enciende) sólo con la mano izquierda.

Sábado 31
El downtown huele un poco a mafia protectiva de segundo orden, se escucha con mucha frecuencia un italiano sectario, ramplón; hasta que de improviso vuelve a surgir la bestia de mirada transparente, hacedora de américas. Paralela, la ampulosidad semi snob de la semi cultura semi subterránea. Peste berreta. Las llamadas artes plásticas en manos de oligofrénicos, etcétera. Del otro lado, a través de basurales y detritus, todo un barrio de paredes sombrías en holocausto de un alcoholismo infructuoso, vano. Ya petardean, ya pasan de año. El rock como nunca por su propia cuenta delatando excitantes de farmacopea, la gran carencia de reciprocidades que salta a la cara en cada esquina, en cada plaza, en cada iglesia. Y a partir de las cuatro de la mañana todo cubierto por un aluvión impensable de desperdicios. No al repudio, porque cuesta el regreso.

Enero

Martes 3
Chinos me hizo bien; al conjuro conquisté un sobretodo (habrá que reforzarle los botones, con la izquierda), y A separate reality. Don Juan Matus una presencia providencial; su guerrero impecable entre lo absolutamente mejor de este siglo. Otra vez la tentación en cuanto a la conducta iluminada en la marginalidad sin transigencia. En lo que concierne a toda la tarde de ayer leyéndolo de cara al Hudson, al solcito, nada más apropiado que lo impuesto por la memoria, en un entreacto: y respiré un poco del aire incorruptible. Por completo evidente, de todos modos, que él pierde el aliento (el aliento yaqui) sólo en los caminos que tienen corazón.

Jueves 5
En especial para releerlo: no dejarse ganar por la eficacia inversa de lo escabroso del horario. Controlar en todo lo posible el escándalo de lo que insiste en describir, y padece casi con saña los estímulos infames de todo orden. Dejar muchas veces en suspenso la crueldad estabilizada de tantas cosas que ya no podrían ni siquiera atemperarse. Se es testigo desconcertado que debe, literalmente, curarse de espanto. Y no integra una justificación.

Por la noche...
A partir de mañana evitar en permanencia el hábito de las manos en los bolsillos; sospecho que establece una especie de postura interior capacitada para convocar, incluso, ciertas actitudes mal conocidas. Casi dos maneras de estar y de aparecer, casi dos maneras opósitas de recibir impresiones.
¿Puede acaso concebirse una suma mayor de iniquidades que las brindadas a diario por el masacote de publicidad a ser digerido en cada metro cuadrado, con constancia ya disuadida, funestamente sojuzgada?

Viernes 6
De modo que decía el pobre Cesare durante aquellos años del bochorno premonitorio: esta muerte que nos acompaña de la mañana a la noche, inquieta, insomne, como un viejo remordimiento a un vicio absurdo. Juan Matus comparece (mejor reclama): ten la muerte como consejera. El subrayado debe significar algo parecido a la gratitud. Casi veinte años, en mí, entre ambos. Y a esta altura de la circunstancia individual (lo pensé mucho anoche, con fidelidad recrudecida) un sinfín de sospechas ya atacadas de fuero íntimo, de muy difícil participación con nadie. Cuando escuché que había vías despojadas por entero de condescendencia, no se produjo el mismo tipo de abatimiento. Si pecado es no dar en el blanco, el miedo a este pecado superaría, casi, el de faltar para siempre jamás, para siempre jamás. El resto es energía transformándose, energía que se desconoce por entero y reimplanta el quid tumefacto: ¿Y si habría que merecerlo? Por supuesto, un enorme cartel inmediato: no está prohibida la caza; está permitido cazar cazadores.

Domingo 8
La motricidad del americano medio (marcado a fuego por alimentación artificial y un deporte de violencia y crueldad sin límites) ha perdido todo atisbo sensitivo. En su rudeza de base, en su guaranguería, se delata la presión del furor egoísta que signa la vida comunitaria. El sexo, en su nivel animal más bajo ¿participa en aniquilarles la emoción? Por el mismo motivo, la gran mayoría brinda la certeza de que nunca podrían presentirse sus asociaciones estables, sus preocupaciones más simples. Aparece un estado de ruminación hosca, intrigante, que parcela en el acto. Han renunciado por completo al interés por el prójimo.

Martes 10
Escarnecen las librerías con su iluminismo misérrimo: toneladas de papel impreso nada más al servicio de la atrofia del discernimiento colectivo. Cantidad en lugar de calidad; el como si. Olor a tinta ácida, libros huecos, sin peso; ni siquiera el cuidado relativo de la edición para atemperar en algo lo epidémico. Y en cada local la evidencia ominosa, funesta, de un psiquismo que se autogestiona y adquiere en complicidad. Mientras tanto los mass-media llegan a producir el deber instantáneo de aullar.

Jueves 12
Todo lo hará a partir de ahora el flanco izquierdo, incluyendo afeitarse. Pero es preciso procurar, durante cada actividad concreta, la percepción constante (en lo posible equilibrada) de por lo menos la mano derecha. Lo mejor, por el momento, es que los dedos de esa mano se apoyen con levedad contra la palma, hasta la pausa. En cuanto a cordones, lo mismo durante el cruce de cada calle. Más atención en lo relacionado con las piernas, que ya no desesperarían por montarse. Al estar sentado, el énfasis debe recaer sobre el ángulo recto de las rodillas, la distensión y, muy particular, el contacto justo entre pies y suelo.

Por la tarde...
Dado que la resistencia de la mano pierde por lo menos crispación, es preciso tender a que mejore, palabra a palabra, su caligrafía. Además, un elemento presentido como primordial: durante cada nota, la lengua puede permanecer apoyada contra el paladar. Si se piensa que las plantas de los pies, etcétera. Debo anotar en una hoja aparte todos los elementos del flanco izquierdo que hacen ya a una tarea general, y mantener su práctica cotidiana hasta el momento de dejar la isla. Para el futuro podría preverse la alternancia de flancos, aunque lo más justo sería repugnar el menor asomo de apremio. No al tumulto. Signos de fragilidad de entendimiento, como ayer al encarar a sabiendas el tema de la dedicación a pesar de las dudas, de las dudas que se acreditan o se diluyen. Ese cambio brusco de plano en cuanto a la continuidad que se preserva: parecería alterarse, incluso, el protagonista de por sí. Y retomarse después de diez o veinte cuadras, casi ileso pero entristecido, en ese nuevo cambio brusco de plano.

Martes 17
Fui a Harlem; dormí en Harlem. La fábula consabida del repudio al blanco se acartonó, como todo aquí ha tendido a perder autenticidad. El rechazo es grande pero la manera de vivir (y muy en especial la suma de aberraciones) es la misma. Imposible, claro, no pensar en el jazz: fue reemplazado por la brutalidad eléctrica con sistema de parlantes. Sólo se trata de fomentar aturdimiento fanático a partir del beat de un levantador de pesas, por lo menos. Entonces, como en el caso de los blancos, alguien ulula en la irredención estética. En cuanto a la marginalidad (es decir a la conducta en el peligro), tendió a verificarse lo ya presentido: únicos capaces de atención sobre sí, de continuidad coherente. Como adiestrados para algún día acceder a otro plano de ser. Me protegí por un rato en la naturaleza (helada, de Central Park) pensando en New Orleans y el spiritual, en aquella religiosidad después de la esclavitud, en la aristocracia de servicio que cada tanto se insinuaría en algunas excepciones, sobre todo mujeres, sobre todo cuando sonríen desde tan lejos.

Sábado 21
Hasta en los sitios casi sin acceso, a cada instante, la circulación contundente de los automóviles de la policía. Sacerdotes por lo general gigantescos, temibles, del dios dólar omnipresente mencionado en cada diálogo, en cada amago de diálogo. También custodian, según parece: tráfico de drogas, prostitución, travestismo profesional, ciertos robos, el crimen permanente, la impiedad. Conquisté un par de guantes de lana.

Febrero

Jueves 4
Fue preciso un silencio; la mano izquierda, mientras tanto, dibujó. Todos estos días de andar casi impasible procurando perfeccionar la tarea de flanco, me impusieron como nunca (sobre todo cuando impera multitud en las grandes avenidas) la noción planeta, su primacía siempre relegada. Reviví y prolongué en parte aquella especie de certidumbre experimentada en el norte de Italia a propósito de la tendencia inexplicable del psiquismo humano a apropiarse de lo que no le corresponde (franjas de planeta, en el colmo) para establecer fronteras de intransigencia que a su vez contendrán nuevas fronteras de intransigencia apropiativa. Se sería, en todo caso, habitante muy transitorio de una tierra que gira incomprensiblemente en un espacio incomprensible, no de un país, o una ciudad, o un municipio, o un jardincito con alero. Viejo argumento que renace intacto y desmantela como ninguno la atrofiedad del conjunto risible.

Por la noche...
Seguí en el hilo: a causa de la ceguera egoísta, las dos grandes hecatombes que se imponen en forma constante a quien argumente: devastación ecológica (una capacidad rapaz de contaminar y destruir tanto la naturaleza como cada océano, cada mar, cada río, cada valle); el crecimiento demográfico en escala de demencia colectiva (toda muchacha inexperta procrea sin remedio antes de volverse responsable). Ambas tendencias del caos darían forzosamente a la tercera hecatombe signadora de la historia bochornosa en su apogeo: guerra (o guerras parciales), nueva devastación. El crecimiento demográfico alucinante (horizontalidad; idiotismo de miras) devuelve a la nota de diciembre siete, aunque obliga a padecer la propia circunstancia en un punto todavía más bajo de la conejera sanguinaria. Se nace, diríase, a causa del efecto de la cerveza impasable en un muchacho cargado de taras.

Sábado 6
Sólo cemento burdo devorándose las suelas, insultando a las piernas. El peatón no cuenta, cuenta la máquina más el negocio de duración a expensas de cualquier otra inquietud más o menos humana. Todo aquí es fanático, en fidelidad extrema hacia lo peor. Con las actividades de cualquier índole pasa lo mismo: grandilocuencia, brutalidad, desprecio del ritmo. La soberanía inconsciente de la violencia como única condición de éxito. Como aditamento, el mal gusto militado se vuelve, a su debido tiempo, agresión. Quinta avenida y el turismo que por fin llega, por fin mira, por fin constata: desfile cifrado de un gentío sugestionándose entre edificios esperpénticos, incapaz ya de diferenciar. Una única vez por un rato en la atmósfera y de repente esto. No deja de volverse otra estafa de reparación imposible, como de costumbre. En cambio a través de las zonas de gangrena, allí a pocos pasos, sólo el ambular de alcohólicos y drogadictos agónicos: nada mejor que la omisión, diríase, para volver a equivocarse en todo.

Domingo 7
Tendió a imponerse con exigencia durante toda la noche: ¿por qué tan alucinante? Si me viese obligado a comparecer, ya me consta, entre otros factores, la inutilidad denigrante de lo que llamamos cultura, el despropósito que se nombra educación. Cinco elementos primordiales aparecerían, creo, como de eficacia impostergable (en caso de componerse) para una supuesta regeneración del dilema. Y los enumero para releerlos, para no seguir adelante:
I. rescatar de lo ordinario el conocimiento de tipos humanos (conocerse, conocer al otro en especial a partir del sello cósmico.)
II. estudio activo del inconsciente, en base a evidencias que se protagonizan.
III. que el cuerpo, en su organización diversa y complicadísima, pueda contar con un instrumento objetivo de aprendizaje iniciático; arquería Zen como mejor ejemplo.
IV. simultáneamente, siempre, estudio de cosmos, de universo. O sea: estudio correlativo de tipos, inconsciente, cuerpo instrumento, y leyes que rigen, a su vez, psiquismo, cosmos y universo.
V. ética activa. Rigor sin consideraciones de tolerancia. La conducta como oración cotidiana.
Entonces sí religión; entonces sí re-ligarse. En este sentido, a pesar de algunos casos relativamente favorables, me parece que la práctica del cristianismo tendería más bien a la fe de la emoción que a la fe de la conciencia. ¿Por eso resulta demasiado cómodo, demasiado complaciente? Por algo el Dios (Os di) de consumo más estable resulta casi tonto en su tolerancia patriarcal; no advertiría la carnestolenda interior impenetrable que se le escamotea en permanencia.

Martes 9
Nada más que un agregado para la tarea de flanco izquierdo: establecer en detalle dos maneras distintas de caminar, incluyendo pasos más largos y más cortos, en un caso las manos cerradas, en el otro abiertas (se sabe nunca bolsillos). Cambiar cada día, sin excepción alguna, a las cuatro de la tarde. Y a los temas en apariencia inevitables de discernimiento que parecen imponerse (y hasta conspirar contra el equilibrio), oponerles, entre otras, aquella consigna nunca en descrédito, que también subrayo: recuérdese a sí mismo, siempre y en todas partes.

Jueves 11
To fack; facking, cada treinta segundos, en todas las bocas, como dólar. El latinoamericano a su modo en el cénit, dans le royaume, ganando posiciones, motorizándose. Millones que mimetizan hasta sus últimas instancias toda la gama de lo aberrante americano. Mientras se pasa, cada día, un slang agresivo, gutural, sin ingenio, sórdido. Y de nuevo la evidencia perentoria, dado que se está en la cuerda: cada esposa agobiada por la carga sin devolución de niñitos azorados, al borde del desacuerdo por una invitación tan poco decente.
Y vuelve a parecer mentira poder afirmarlo en este planeta vergonzante: imposible algo más fácil que otorgar vida. Nada menos que vida.

Martes 16
Ha mejorado bastante la caligrafía. Logré y leí de un tirón Life is real only then, when I am, tercero y último de la serie de George Ivanovich Gurdjieff (el otro que bien baila de este siglo). Libro diáfano y sobrecogedor: parecería quedar pendiente, fuera de alcance, a partir de tres raros puntos suspensivos. Es oportunamente apropiado acordarse de que alguien no exento de derecho me dijo en cierta ocasión en París: Gurdjieff llevó a cabo un trabajo sobrehumano. Al influjo, recapitulando sus venidas a esta isla con una legión de personas a su cargo, volvió a especificarse su noción cuarto camino como la vía seca, la vía árida por excelencia. El bar donde escribía (y recibía interesados de todas partes del mundo), ya no está. Agrego por asociación: buscar certidumbre no querría decir que a la vuelta de la esquina se encuentra certidumbre. Gurdjieff sigue vinculado en permanencia a la obligación apremiante de enfrentarse con dificultades inmensas; pensando en él todo esfuerzo personal, por sincero que aparezca, no pasa de un juego complaciente. Además, por si acaso, la belleza siempre contrastada de amante de la esencia, que sin duda requeriría subrayarse: cuando un hombre empieza a trabajar en sí mismo, todo le habla.

Sábado 20
Y si no te dieran un arco zen, energúmeno del gran descuido en el reinado de la obviedad, por lo menos recibiste un cuerpo que algunas noticias aportaría (dado el caso de ser requeridas) a propósito de la delicadeza y la gracia. El sol sucio ayer contra la nieve seca y sucia durante el largo mediodía. Y todo ese espeluznamiento si se quiere repentino de ausencias. Me autoricé releer sinuoso, de un saque: ahora creo que hasta admití admitiéndome, por un rato sin vacilaciones ni atajos; los pies helados. Por lo veraz volví, casi en dignidades. Se hace mucho más difícil escribir sobre la falda.

Martes 23
Encaré la empresa desatinada de atestiguar por una vez al menos el significado estremeciente de la edición dominical del New York Times. Primeros oprobios: su volumen, su peso, su olor, su tizne. No se concibe trasladarlo durante unos pocos metros. La urdimbre descomunal de todos los simulacros, de todos los engaños. Usura de ratas. Un único ejemplo: cualquiera sabe que se fornica masivamente, todos contra todos en consigna frontal, los viernes por la noche, con la gama completa de estimulantes al alcance de veinte dólares; eso también está. Mientras que la mano izquierda dibuja (y siempre y cuando se ponga empeño en una decontracción sosegada), es posible constatar un triple equilibrio paulatino, endeble, que requiere tiempo interior y ningún sobresalto asociativo: dedos contra la palma derecha; lengua contra el paladar; relación plantas de los pies y el piso (temperatura, calidad de piso). Cuando los tres contactos pueden, a su vez, contactarse, y los trazos siguen: ¿se empieza a existir? Reiterar entonces el intento cada día, sin creerse nada. Nada aconsejable meterse con la respiración, aunque sin barrer del todo con el interrogante. Es problemática la consigna de confiar más allá (y más acá) de un requisito consecuente, que no se parcela. ¿Lo persuadido es prudencia acuartelándose?

Viernes 26
En el futuro procuraré insistir hacia un centro de gravedad más duradero, en la dirección obturadísima de admitir lo inadmisible. Lo entrevisto en el pasado en cuanto a la fluctuación de los estados de ánimo, sigue en pie. No obstante, apenas se insinuaría una apoyatura física estable y riesgosa, reaparece intacta la posibilidad de no identificarse con ellos, el distacco interior protectivo. Asistir, en lugar de creerles. Negarles hasta la más leve cuota de energía. En varias ocasiones, durante lo que va de la semana, cierta presión casi externa, intensa e indefinible, que aludiría más bien a inminencia. Ese clochard que pareció seguirme durante más de treinta cuadras, a medianoche, sumó tal vez la inquietud que faltaba. Mejor no romperse la crisma contra la verificación de abismo tal cual abismo, encuesta clausurada por la tenacidad comunitaria.

Marzo

Lunes 1
Nieva sin sosiego desde hace más de una semana. Releí la nota de febrero cinco por la noche, y me ceñiré a esos puntos cuando rebroten cuestionamientos a propósito del avatar terrestre sin ton ni son. Sin embargo tipos humanos, por algún motivo que no alcanzo a dilucidar, se me impone como nunca. Volví a tomar en cuenta el psicoanálisis (único ritual profano reverenciable de este siglo), y volvió a llamarme la atención la impunidad con que ignora el tema, tanto en lo silvestre como en lo ortodoxo. ¿Cómo no tomarlo a manera de único punto de partida en todo encuadre de conocimiento concreto del paciente, previo al discurso? Jung, de los pocos casos, lo intelectualizó tontamente. Ni siquiera se lo alude en sexología, o por lo menos en el conflicto irresoluble de la pareja humana. Por eso, me dije, todo confluyendo a diálogos entre sordos, a mala literatura. Cada persona al hablar de sí misma, al describirse, ni siquiera se sospecha en trance de aludir al aspecto grosero de su circunstancia zodiacal sin atenuantes. Me gusta, no me gusta; quiero, detesto; porque yo, porque yo: nada más que la ignorancia del tipo que se ilustra. Esta isla en su conjunto, de extremo a extremo, parecería una probeta ejemplar del espanto al respecto. Eso debe sucederme. Los locos egipcios embalsamadores de profesión, por lo menos confiaban en sus astrólogos para organizar matrimonios no tan patéticos. Incluso tal vez lograban que un tauro no se dedicase por entero a la música. Llegué a corroborarlo y me prometí tomar nota: sólo después de perfeccionar este instrumento de evidencias inigualables contra toda ceguera subjetiva, podría hablarse de esencia-personalidad, lo innato y lo oprobioso adquirido, para pasar a la criminalidad con que educación y cultura (lo que se adquiere) pulverizan la esencia (aquello relegado al desinterés).

Jueves 4
Por la noche...
A primeras horas de la tarde encontré una billetera junto al umbral de una frutería inmaculada del down town: trescientos setenta y pico de dólares, más un cheque con el que no intentaré. De nuevo obligado a razonar Providencia. Y si un imbécil se ríe es porque sería Providencia. Desde adentro un chino alto, muy sobrio, miró en un relámpago, lo vio todo; de inmediato fue dedicándose a olvidar (¿se repetiría algún axioma del Libro de los Cambios?), mientras lustraba con franeleta amarilla, una a una, cierta pirámide estricta de manzanas carasucia. Acababa de tomarla con la izquierda, en cuclillas apenas, en la doble opción nunca presentida; pero también es cierto, mi querido don Genaro, que hasta los pómulos se tomaron su tiempo en aquietarse. Me quedé mirándolo hacer, a media distancia, hasta pagar uvas en la caja. Nada menos: la vertiginosidad de los estados de ánimo. A pesar de todo se asocia, por pretexto continental, algo tal vez acorde con el señor frutero y su accionar atinadísimo: tanto depende de una carretilla roja, mojada por el agua de la lluvia, junto a las gallinas blancas.

Sábado 6
Recaí en el tabaco negro de la dulce Francia, me introduje en una peluquería confortable y hoy, con tarea en regla y cierto paso atrás, puedo permitirme esta mesa de coffe-chop junto a la ventana: desayuno del ancestro británico, flores de plástico, el perfume de la muchacha que atiende por completó ausente, sin la más leve intención o por lo menos nostalgia de presencia, por supuesto en minifalda extremísima. Sus padres deben ser de provincias (diez horas de televisión cotidiana, aseguran las estadísticas), y ella debe estudiar administración de empresas, por lo menos, dada la zona universitaria, la seriedad parca y los lentes.Una algarabía de rumbos que debo atemperar, hasta que la cuerda única sea el instinto sin intermediario.

Lunes 8
El vandalismo, sobre todo en niños y jóvenes, es comentado con frecuencia como muy grave problema nacional. Ninguna duda: al visitar ayer la universidad sobrecogió el espectáculo de la eficacia destructiva en todo, de nuevo el alarde de fealdad aunque sumando una grosería ruin de leyendas (enormes, suntuosas) que se quedan con todas las paredes, aparte la reiteración de los emblemas homosexuales duchos en sadomasoquismo. Más de las dos terceras partes, como Tom Mix o su prometida, coloca sin excepción alguna los pies sobre mesas o sillas o sillones, arroja los libros, se desgarra la ropa, guturaliza a los gritos, tiende a brillar en el alarde de torpeza guaranga, fundado en lo más brutal como mérito. Lo anti lumpen deleznable, casi premeditado a manera de antítesis. Se reimpuso la sospecha de partida próxima. Buen material de observación, en estas circunstancias, el cambio de manera de caminar cada cuatro de la tarde. Fluye una gama potencial tan necesitada de justo medio. En la misma dirección, creo esperaba y tendió a cumplirse sin nada que indicase reprimirlo: anoche canté bajito un fragmento de tango (casi tres años sin sucederme) y preferí dejarlo que se repitiera y repitiera. El segundo Florentino (el más maduro, el diáfano) sometido a la pierna izquierda y las nieves. Fui encontrándole, diríase, su perfil sereno, sin recordar el autor: como un fantasma gris llegó el hastío (pausa reflexiva sobre el subrayado) hasta tu corazón que aún era mío (doble pausa autocrítica) y poco a poco te fue envolviendo (pausa ontológica) y poco a poco te fuiste yendo. Ni una sílaba más. Ante la inconstancia neurótica, ninfómana, de la mujer americana, un cantor de tangos algo responsable tendría que suicidarse en escena.

Martes 9
Para qué más por hoy, letra a letra, con casi todo acero en cuanto anecdotario, si al frecuentar lo único que interesaría la memoria resultó tan libre del menor asomo de exorcismos intrínsecos, hasta imponerse: Encontrar su sitio en la escala del Ser (¿y ser con mayúscula, the first time?)

Por la tarde...
Desconcierta, como antes, aunque vuelve a resonar su idiosincrasia: el que se asombra sería como atraído por una realidad independiente de sí mismo. El dolor, por su parte, corrompe lo banal. Verticalidad o indigencia, por consiguiente.

Domingo 14
Otra vez el favor subrepticio de un cuaderno de notas: tres días con sus noches para revisarse, para criticarse antes de saber adónde da. Resulta incómodo escribir con este traqueteo. Puentes oscuros, siniestros, de la ponderada civilización industrial; y ya mucho más allá todas las luces de la probeta. El escarnio y las luces. Unreal city, exclamó el monje Eliot (¿o era Yeats?). Extenso trayecto hasta California y una nota pendiente sobre la naturaleza angélica. Debe ser que bajo en Los Angeles. En algún momento cruzaremos el Mississippi. Vendrán zonas áridas con sombrerudos rígidos, botas de taco diagonal y patadas a las puertas (los boys de las vacas; el entretenimiento de los caballos), pero también se verán indios lánguidos, repletos de silencio, perfectamente derrotados, como corresponde. En alguna medida este ómnibus célebre es el colectivo digamos ciento diez, de colores vivos, en tren de conducirme a la marinée del cine veinticinco de mayo. El centro de gravedad futuro será, en las entrañas, admitir lo inadmisible, tanto en la nieve como en el mar, tanto en la comprensión como en la penumbra. Cada instante perdido estaría perdido para siempre...



Néstor Sánchez

Nació el 7 de febrero de 1935 en la ciudad de Buenos Aires. Fue bailarín de tango, traductor y periodista. Publicó las novelas "Nosotros dos", "Siberia blues", "El amhor, los orsinis y la muerte" y "Cómico de la lengua".

Es autor también del libro de relatos "La condición efímera". Murió el 15 de abril de 2003, en Buenos Aires
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lunes, 23 de mayo de 2011

Las Traducciones y sus Laberintos

Uno de los poemas más hermosos del Romanticismo Inglés es el "Himno a La Belleza Intelectual" de Percy B. Shelley (1792-1822).
La problemática de las traducciones nos trae aparejado que algunas obras no puedan ser apreciadas tal como fueron creadas.
Para evitar ello y disfrutarlas enteramente no hay mejor labor que leerlas en su idioma original. Tal vez sea esta la mejor excusa para aprender idiomas.
Con la poesía esta tendencia se potencia debido a que resulta ciertamente arriesgado la interpretación de una metáfora o de una figura gramatical.
Obsérvese en este bellísimo poema la evidencia de lo dicho. De todas formas y a pesar de ello es una página que el tiempo no ha logrado erosionar.

Percy Bysshe Shelley (1792-1822)

Poeta inglés, uno de los más importantes e influyentes del romanticismo. Nacido el 4 de agosto de 1792, en Field Place, cerca de Horsham (Sussex), estudió en Eton y, tras su expulsión después de menos de un año de permanencia, en la Universidad de Oxford. Junto con otro estudiante de esta universidad, Thomas Jefferson Hogg, escribió y distribuyó el libelo Necesidad del ateísmo (1811), rechazado por las autoridades de la universidad. Antes de este había publicado un extenso poema burlesco Fragmentos póstumos de Margaret Nicholson (1810).
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viernes, 20 de mayo de 2011

Gustavo Sala ► La Pelusa en el Ombligo...

…En memoria de Osvaldo y Leónidas Lamborghini…

Huesos sin identificación aparente formaban colinas de residuos malolientes, por tanto, la vista resultaba tan poco atractiva como laboriosamente olvidable. Miles de centauros habían sido eficazmente asesinados sin que medien juicios ni alegatos; el orden, las cantidades y las mezclas de sus cuotas daban cuenta de la eficiencia del trabajo realizado por las fuerzas represivas defensoras del nuevo orden. Una vez más, en la historia de la humanidad, un genocidio para atender, entender, criticar y lamentarse en el futuro. Por el momento, el vocerío mediático asentía que el derrocado gobierno debía dimitir a como de lugar. Las recetas democráticas habían demostrado ser absolutamente inoperantes para tales fines contra una mayoría que ostentaba amplios rangos de firmeza ideológica y convicción político-militante. Desde los más destacados foros televisivos y radiales la vernácula “intelligentsia” daba a conocer su descontento, según propia percepción, por los claros signos de autoritarismo que mostraba la saliente administración elegida por el pueblo. Se afirmaba que todo aquel que acordaba con sus principios básicos lo hacía desde la renta o escondía amplios indicios de interés y corrupción. Los preclaros y prejuiciosos hombres del futuro, liberales y progresistas, no podían aceptar el regreso de la barbarie populista. La “intelligentsia” estaba nuevamente en riesgo por una chusma imprecisa, vocinglera, que amaba encontrar alguna redención, que gustaba de bailar y festejar en público, en las calles con las murgas, en los barrios, en las playas, escuchando un recital a cielo abierto o canturreando el himno con la pasión irreverente que marca un coro tribunero. La vida es el futuro, nunca es el hoy afirmaban los pensantes. El hoy es sólo una coyuntura que debemos aceptar entendiendo que lo único que nos queda por hacer es trabajar sumisamente para que el “Capital” se reproduzca exponencialmente y sus benefactores se fortalezcan de modo puedan otorgar a nuestros hijos alguna posibilidad o alternativa de vida. No era racional que ante la incertidumbre por venir y la ausencia de seguridad jurídica la plebe disfrutase con sospechosa desmesura, sin peajes, sin vergüenza, con los botones de la camisa desabrochados, volviendo a remojar las patas en la fuente, sintiéndose nuevamente parte de un colectivo real, de un nuevo social imaginario. Acaso la progresía y los libres pensadores no consideraban que el paso del tiempo, es decir el futuro, nos acercaba indefectiblemente a ese cadáver que alguna vez seremos. Desdentados y harapientos susurrando al “Indio” en Vencedores Vencidos, revoleando el poncho con la Sole, llorando a moco tendido mientras se entonaban las estrofas dolorosas de El Ángel de la Bicicleta.

No era posible… “Me tienen harto con la dictadura” afirmaba alguien que durante un buen tiempo estuvo dentro de un nicho tan conveniente como incómodo; hasta que por fin pudo salir del closet, gritar libertad, y defender lo que siempre fue de su interés. No se puede mentir a tanta gente durante tanto tiempo pensó; es hora de descollar y tomar la posta que me dejara el bueno de Bernardo. El gasto es un deseo indecoroso de los bárbaros en manos de los bárbaros y síntesis de progreso en manos de la ilustrada burguesía. El gasto es gasto en manos de la barbarie suburbana que se atreve a considerarse similar a la tierra que habita dejando sin billetes a nuestros cajeros y necesidades cotidianas. Sin embargo es consumo inteligente en manos de los que no se juegan la asignación a la quiniela, sino que se juegan el sudor y el hambre de los que no pueden esconder la pelusa en el ombligo a las patas de un caballo en las coquetas pistas de San Isidro… Me tienen harto con sus pañuelos blancos, sus ausencias, sus portarretratos baratos y sus lágrimas políticas… ¿Por qué no cuidaron a sus hijos, a sus nietos?... Los hijos de Ernestina son nobles y débiles, por eso desean perjudicarlos… Papel Prensa es mojón de nuestra mejor historia sentenciaba la “Naranja Mesiánica” publicitaria oficial del Apocalipsis… Hay que matar a esa yegua rezan los blogs… reteneme ésta… Se murió el tipo, es hora de ir por todo… Un certero y televisivo bofetazo seguido de una mentira operada vale como argumento para erosionar, desgastar, ocultar, engañar. El 24 de Diciembre la chusma inmigrante tomará el Parque Rosedal del porteño barrio de Palermo afirmaba convencido y con adusta dicción un económico correveidile, parlante muy bien patrocinado de una radio del Sur Bonaerense basado en sus pesquisas electrónicas de cabecera. - ¿Qué riesgo corre el pajero? – Afirmaba con sorna el escritor Oriental Eduardo Galeano – A lo sumo, recalcarse la muñeca… La pelusa en el ombligo no es signo ilustre para el burgués bien pensante. La Academia de Letras tendría que revisar ese perimido concepto que sostiene la existencia de lo Nacional y Popular. - Me tiene harto esta banda de ignorantes que se niegan a trabajar a favor de la intolerancia y el fastidio colectivo: Victor Hugo Morales, Galasso, Horacio González, Bayer, Mocca, Sasturain, Aliverti, Giardinelli, Paenza, Forster, Verbisky, Seoane, Dolina, Pigna, Carloto, Wainfeld, Gelman, Dorio, Feinmann, Halperín, Anguita, Heller… Parece que estos tipos no entienden que el miedo es una excelente noticia y que generalizar comportamientos absuelve de todo pecado cometido - La solución final… el exterminio… No era posible reiterar errores del pasado. Bradbury por un lado, Gurzos y Zarpos por el otro, como fuente de inspiración para que todo testimonio de la época se transforme en cenizas; los renovados y débiles oligopolios junto a sus dispuestos esbirros se encargarán gustosos de templar el horno hasta los F451 de eficacia. Mientras los mogotes de huesos postergaban su duermevela en las afueras de los centros urbanos, la rejuvenecida sensibilidad de la progresía, tanto liberal como de izquierda, reinstalaban con alborozo la idea de libertad como insoslayable paradigma de la modernidad. Una idea concluyente. A los conocidos incluidos y excluidos económicos se sumaban los visibles e invisibles sociales como nuevas categorías establecidas por la “intelligentsia” gobernante. Los que tienen siempre la palabra, pletóricos de albaceas y los que nunca podrán expresarse debido a que la voz volvió a detentar matrícula y propiedad determinada. La ley de Servicios Audiovisuales resultará una anécdota risueña en las mesas de la Sociedad Rural mientras que la Asignación Universal por Hijo dejará de motorizar vicios indecentes.

- Esos hijos de puta se iban a terminar chupando y jugando la guita de las retenciones. Hay que eliminar el subsidio y anular trompas…, total,… no se publican estadísticas que tomen en cuenta a los que están sometidos al abandono y al silencio. - Mientras no exista normativa podemos seguir esclavizando golondrinas - Continuar con aquel modelo hubiera resultado suicida - No podíamos seguir desperdiciando una coyuntura internacional tan favorable – El mundo “tiene hambre”... es la nuestra…

y murieron a millares,

los mejores murieron,

por una vieja ramera desdentada

por una civilización llena de remiendos…

el encanto de la bella boca sonriente,

los vivaces ojos, yertos bajo el párpado de la tierra

por dos gruesas de estatuas destrozadas

por unos pocos de miles de estropeados libros...

Ezra Loomis Pound
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miércoles, 18 de mayo de 2011

LA NUEVA ESCULTURA ► Giovanni Papini

No voy nunca a visitar estudios de artistas. Porque me aburro; porque no sé qué decir; porque se encuentran casi siempre las mismas cosas; porque todos ven en mí únicamente al que regala cheques, al mecenas incompetente y fácil de engañar. Pero el otro día me dejé tentar por un escultor checoslovaco, jovencísimo, desconocido, albino, que se llama Matiegka.

-Venga -me dijo-. Verá lo que no podrá ver en ningún museo, en ninguna exposición del mundo. He creado, después de miles de años, una escultura nueva, no realizada jamás por nadie. Cuando salió a abrirme me hizo pasar a una habitación más alta que larga -una especie de pozo con techo de cristal- y sin ventanas. Fuera de algunas sillas y una especie de trípode de hierro en el centro, la habitación estaba vacía; ni yesos, ni bocetos, ni mármoles, nada que revelase el estudio de un escultor.

-¿Trabaja usted aquí?

-Trabajo aquí -contestó Matiegka-. Siéntese y confiese su sorpresa. Ya le dije, sin embargo, que había aprendido a crear lo «nunca visto». ¡Yo también soy escultor! Pero no al modo grosero de todos. La antigua escultura, maciza y pesada, herencia de los egipcios y de los asirios, ha perdido ya toda su actualidad. Correspondía a una civilización religiosa, monárquica, lenta, primitiva. Ahora somos ascetas, anárquicos, dinámicos, cinemáticos.

La escultura debe cambiar también. Fabricar estatuas en mármol, en piedra, en bronce -aunque no sea más que en plata o en madera- sería, ahora, como viajar en los carros de los faraones o vestirse con la armadura de Bayardo. Es necesario, ante todo, cambiar la materia. Modelar estatuas de nieve, como hizo Miguel Ángel en el patio del Palacio de los Médicis, o de cera, como ha hecho Medardo Rosso, era ya un progreso, pero demasiado tímido. ¿No ha observado nunca a los niños, en las playas del mar, cuando construyen figuras de arena? ¿No se le ha ocurrido nunca observar a un artista vendedor de helados que esculpe en la crema y en el hielo? Éstos han sido mis maestros.

»La única solución plástica posible consiste en pasar de la inmovilidad a lo efímero. El arte más perfecto, la música, late, pasa y desaparece. El sonido es instantáneo, no perdura, y, sin embargo, es potentísimo. Si todas las artes aspiran a la música, incluso la escultura debe aproximarse a aquella divina cosa pasajera. Le daré ahora mismo el ejemplo.

Al decir esto, Matiegka, con sus manos delicadas, destapó el trípode que se hallaba en medio del estudio y colocó en él una pasta negruzca a la que prendió fuego. Una columna densa y espesa de humo se alzó, rectilínea, sobre el brasero. El fantástico escultor cogió una especie de larga paleta con la mano derecha, luego otra con la izquierda, y comenzó velozmente su trabajo, girando en torno al globo alargado de humo, ayudándose, además de los instrumentos, con los brazos y con el aliento. En menos de un minuto, la oscura columna había adquirido el aspecto de una figura humana, de un fantasma amarillo que a cada instante amenazaba con esfumarse. La masa se había redondeado en la cúspide hasta parecer una cabeza, y, con un poco de buena voluntad, se podían distinguir una veleidad de nariz y el conato de una barbilla. El humo, espeso y graso, como el que sale de las viejas locomotoras en reposo, se dejaba cortar por los mordiscos reiterados de las paletas. Matiegka, palidísimo, se movía como un condenado; arrojaba el humo que amenazaba confundir las dos piernas, soplaba ligeramente sobre los hombros de la aérea estatua para hacerlos más verosímiles, o alejaba el alón humeante que impedía definir las líneas de la obra.

Finalmente se separó de su obra, se acercó a mí y gritó:
- ¡Mire! ¡De prisa! ¡Imprima la forma en su memoria! ¡Dentro de pocos segundos la estatua se desvanecerá como una melodía que acaba!
Y realmente, poco a poco, el humo, alargándose, la deformaba; el fantasma se deshizo, se disolvió en una niebla oscura que, lentamente, desaparecía por una abertura de la claraboya.

- ¡La obra maestra ha muerto como mueren todas las obras maestras! -exclamó Matiegka-. ¿Qué importa? Puedo volver a hacer cuantas quiera. Cada obra es única y debe bastar para la alegría de un momento único. Que una estatua dure diez siglos o diez segundos, ¿qué diferencia hay con relación a la eternidad, qué diferencia si tanto aquella de mármol como esta de humo, deben, al final, desaparecer?
Dejé a Matiegka entregado a su entusiasmo, después de haber alabado como mejor supe la innegable originalidad de su arte.

Cuando volvía al hotel pensaba para mí mismo que la nueva escultura tiene, para los mecenas económicos, un mérito enorme; no puede ser conservada ni transportada, y, por tanto, no puede ser tampoco comprada.
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EL DÍA NO RESTITUIDO ► Giovanni Papini

Conozco muchas viejas y hermosas princesas, pero solamente a aquellas que son tan pobres que apenas tienen una pequeña sirvienta vestida de negro y que están reducidas a vivir en alguna degradada villa toscana, una de esas escondidas villas donde dos cipreses polvorientos montan guardia junto a un portal de rejas murado.
Si encuentran alguna en el salón de una condesa viuda y fuera de moda llámenla Alteza y háblenle en francés, ese francés internacional, clásico, incoloro que pueden aprender en los Contes Moraux del abate Marmontel; el francés, en fin, de las gens de qualitéi. Mis princesas responderán casi siempre y luego que hayan penetrado en sus pobres almas -pequeñas y llenas de polvo y de quincallería, como oratorios de fines del siglo XVII-, se darán cuenta de que la vida puede ser aceptada y que nuestra madre no ha sido tan necia como parecía poniéndonos en el mundo.

¡Qué secretos extraordinarios me han susurrado mis hermosas y viejas princesas! Ellas adoran los polvos faciales pero quizás todavía más la conversación y, aunque todas sean alemanas -una sola es rusa, pero por azar-, su delicioso francés ancien régime algunas veces me regala emociones de ningún modo ordinarias, y en ciertos momentos mi corazón se conmueve y siento casi ganas -lo confieso- de llorar como un estúpido enamorado.

Una noche, no demasiado tarde, en el salón de una villa toscana, sentado sobre un sillón de estilo Imperio ante la mesa donde me habían ofrecido un té excesivamente aguado, yo callaba junto a la más vieja y la más bella de mis princesas.
Vestida de negro, su rostro estaba rodeado de un velo negro y sus cabellos, que yo sabía blancos y siempre algo rizados, se hallaban cubiertos por un sombrero negro. Parecía que a su alrededor flotase como una aureola de oscuridad. Esto me agradaba y me esforzaba en creer que aquella mujer fuera solamente una aparición provocada por mi voluntad. El hecho no era difícil porque la habitación se hallaba casi en tinieblas y la única vela encendida iluminaba única y débilmente su rostro empolvado. Todo el resto se confundía con la oscuridad de modo que yo podía creer que tenía ante mi solamente a una cabeza pensil, una cabeza separada del cuerpo y suspendida cerca de mí a un metro del pavimento.

Pero la Princesa comenzó a hablar y toda otra fantasía era imposible en ese momento.

-Ecoutez donc, monsieur -me decía- ce qui m’arriva il y a quarante ans, quand j’étais encore assez jeune pour avoir le droit de paraître folle1.

Y continuó con su grácil voz narrándome una de sus innumerables historias de amor: un general francés se había dedicado a ser actor por amor a ella y había sido asesinado de noche por un payaso borracho.

Pero ya conocía yo ese estilo suyo de imaginación y quería otra cosa mucho más extraña, más lejana, más inverosímil. La Princesa quiso ser gentil hasta el final:
-Me obliga usted -dijo- a narrarle el último secreto que me queda y que ha permanecido siempre secreto, justamente porque es más inverosímil que todos los otros. Pero sé que debo morir dentro de algunos meses, antes de que termine el invierno, y no estoy segura de hallar otro hombre que se interese como usted por las cosas absurdas...

“Este secreto mío empezó cuando tenía veintidós años. En esa época yo era la más graciosa princesa de Viena y todavía no había matado a mi primer marido. Esto ocurrió dos años más tarde, cuando me enamoré de... Pero usted ya conoce la historia. Passons! Sucedió, pues, que cuando llegaba al término de mis veintiún años recibí la visita de un viejo señor, condecorado y afeitado, quien me solicitó una breve entrevista secreta. No bien estuvimos solos, me dijo: ‘Tengo una hija que amo inmensamente y que está muy enferma. Tengo necesidad de volverla a la vida y a la salud y para ello estoy buscando años juveniles para comprar o tomar en préstamo. Si usted quisiera darme uno de sus años se lo devolveré poco a poco, día a día, antes de que termine su vida. Cuando haya cumplido los veintidós años, en vez de pasar al vigésimo tercero usted envejecerá un año y entrará en el vigésimo cuarto. Es usted todavía muy joven y casi ni se dará cuenta del salto, pero yo le devolveré hasta el último de los trescientos sesenta y cinco días, de a dos o tres por vez, y cuando sea vieja podrá recuperar a su voluntad las horas de auténtica juventud, con imprevistos retornos de salud y de belleza. No crea usted que habla con un bromista o con un demonio. Soy simplemente un pobre padre que ha rogado tanto al Señor que le ha sido concedido hacer lo que para los demás es imposible. Con gran trabajo he cosechado ya tres años pero tengo necesidad de tener todavía muchos más. ¡Deme uno de los suyos y no se arrepentirá nunca!’

“En esa época estaba habituada ya a las aventuras curiosas y en el mundo en que vivía nada era considerado imposible. Por lo tanto, consentí en realizar el singular préstamo y pocos días después envejecí un año más. Casi nadie se dio cuenta y hasta los cuarenta años viví alegremente mi vida sin acudir al año que había dado en depósito y que debía serme restituido. “El viejo señor me había dejado su dirección junto con el contrato y me solicitó que le avisara por lo menos un mes antes acerca del día o la semana en que yo deseara disfrutar de la juventud, prometiéndome que recibiría lo que pidiese en el momento fijado.

“Después de cumplir mis cuarenta años, cuando mi belleza estaba por ajarse, me retiré a uno de los pocos castillos que le habían quedado a mi familia y no fui a Viena más que dos o tres veces por año. Escribía con la debida anticipación a mi deudor y luego participaba de los bailes de la Corte, en los salones de la capital, joven y hermosa como debía ser a los veintitrés años, maravillando a todos los que habían conocido mi belleza en decadencia. ¡Qué curiosas eran las vigilias de mis reapariciones! La noche anterior me adormecía cansada y fanée como siempre y por la mañana me levantaba alegre y ligera como un pájaro que hubiese aprendido a volar hacía poco, y corría a mirarme en el espejo. Las arrugas habían desaparecido, mi cuerpo estaba fresco y suave, los cabellos habían vuelto a ser totalmente rubios y los labios eran rojos, tan rojos que yo misma los habría besado con furor. En Viena los galanteadores se apiñaban a mi alrededor, gritaban maravillas, me acusaban de hechicería y, en el fondo, no entendían nada. Poco antes de vencer el período de juventud que había solicitado, subía a mi carroza y volvía furiosa al castillo, en donde rehusaba recibir a nadie. Una vez un joven conde bohemio que se había enamorado terriblemente de mí durante una de mis visitas a Viena logró entrar, no sé cómo, a mi departamento y estuvo a punto de morir del estupor al ver cuánto me parecía a su adorada pero también cuánto más fea y más vieja era que aquella que lo había embriagado en las calles de Viena.

“Nadie, desde entonces, logró forzar mi voluntaria clausura, interrumpida sólo por la extraña alegría y la profunda melancolía de las raras pausas de juventud en el curso lamentable de mi continua decadencia. ¿Puede imaginarse aquella fantástica vida de largos meses de vejez solitaria separados cada tanto por los fuegos fugitivos de unos pocos días de belleza y de pasión?

“Al principio esos trescientos sesenta y cinco días me parecían inagotables y no imaginaba que pudieran terminar alguna vez. Por eso fui demasiado pródiga con mi reserva y escribí muy a menudo al misterioso Deudor de Vida. Pero éste es un hombre terriblemente exacto. Una vez fui a su casa y vi sus libros de cuentas. Yo no soy la única con la que hizo contratos de ese género y sé que contabiliza muy cuidadosamente la disminución de sus entregas. Vi también a su hija: una palidísima mujer sentada sobre una terraza llena de flores.

“Nunca he podido saber de dónde saca la vida que restituye tan puntualmente, en cuotas de días, pero tengo motivos para creerme que recurre a nuevas deudas. ¿Cuáles serán las mujeres que le han dado los días que me restituye a mí? Quisiera conocer a algunas de ellas pero por más que le haya hecho hábiles preguntas muy a menudo, nunca he tenido la suerte de descubrirlas.

Mais, peut être, elles ne seraient pas si étranges que je crois...

“De todos modos ese hombre es extraordinariamente interesante, lo que no le impide hacer bien sus cuentas. Usted no puede imaginar qué espantosa se volvió mi vida cuando me anunció, con la calma de un banquero, que no quedaban a mi disposición sino once días solamente. Durante todo ese año no le escribí y por un momento tuve la tentación de regalárselos y de no atormentarme más. ¿Comprende usted la razón, no es cierto? Cada vez que yo me volvía joven, el momento del despertar era siempre más doloroso porque la diferencia entre mi estado normal y mis veintitrés años se hacía, con la edad, mucho más grande.

“Por otra parte, era imposible resistir. ¿Cómo puede usted pensar que una pobre vieja solitaria rechace cada tanto una jornada o dos o tres de belleza y de amor, de gracia y de alegría? ¡Ser amada por un día, deseada por una hora, feliz por un momento! Vous êtes trop jeune pour comprendre tout mon ravissement!
“Pero los días están por acabarse; mi crédito va a concluir por la eternidad. Piense: ¡me queda solamente un día para disfrutar! Después, seré definitivamente vieja y estaré consagrada a la muerte. ¡Un día de luz y luego la oscuridad para siempre! Medite bien, se lo ruego, en la imprevista tragedia de mi vida. Antes de solicitar este día...

“¿Pero cuándo lo pediré? ¿Qué haré con él? Hace tres años que no vuelvo a ser joven y en Viena casi nadie me recuerda ya y toda mi belleza parecería espectral. Y sin embargo, siento necesidad de un amante, un amante sin escrúpulos y lleno de fuego. Tengo necesidad de que todo mi cuerpo sea acariciado una vez más. Esta cara rugosa se volverá de nuevo fresca y rosada y mis labios darán, por la vez última, la voluptuosidad. ¡Pobres labios, blancos y agrietados! ¡Todavía quieren ser por un día más rojos y cálidos, por un solo día, para un último amante, para una última boca!
“Pero no llego a decidirme. No tengo el valor para gastar la última monedita de verdadera vida que me queda y no sé cómo hacerlo y tengo un loco deseo de gastarla...”

¡Pobre y querida Princesa! Unos momentos antes había levantado su velo y las lágrimas abrieron surcos sutiles en el polvo del rostro. En ese momento, los sollozos, aunque aristocráticamente contenidos, le impidieron continuar. Experimenté entonces un gran deseo de consolar a todo costo a la deliciosa vieja y caí a sus pies -al pie de una princesa arrugada y vestida de negro-, y le dije que la hubiera amado más que cualquier caballero loco y le rogué, con las más dulces palabras, que me concediera a mí, a mí solo, el último día de su bella juventud.

No recuerdo precisamente todo lo que le dije, pero mi actitud y mis palabras la conmovieron profundamente y me prometió, con algunas frases algo teatrales, que sería su último amante, durante un solo día, dentro de un mes. Me dio una cita para cierta fecha en la misma villa y me despedí muy perturbado, luego de haberle besado las magras y blancas manos.

Mientras regresaba a la ciudad, ya de noche, la luna no totalmente llena me miraba insistentemente con aire piadoso, pero pensaba demasiado en la bella Princesa para tomarla en serio. Ese mes fue muy largo, el mes más largo de mi vida. Había prometido a mi futura amante que no la volvería a ver hasta el día fijado y mantuve mi galante compromiso. A pesar de todo, el día llegó y fue el más largo de aquel larguísimo mes. Pero llegó también la noche y luego de haberme elegantemente vestido fui hacia la villa con el corazón estremecido y el paso inseguro.

Vi desde lejos las ventanas iluminadas como no las había visto nunca y al acercarme hallé la puerta de hierro abierta y el balcón lleno de flores. Entré en la residencia y fui introducido en un salón donde ardían todas las antorchas de dos fantásticas arañas.

Me dijeron que esperara y esperé. Nadie venía. Toda la casa estaba silenciosa. Las luces ardían y las flores perfumaban para la soledad. Después de una hora
de agitada expectativa, no pude contenerme y pasé al comedor. Sobre la mesa estaban preparados dos cubiertos y flores y frutas en gran cantidad. Pasé a un pequeño salón, suavemente iluminado y desierto. Finalmente llegué a una puerta que yo sabía era la del dormitorio de la Princesa. Di dos o tres golpes, pero no tuve respuesta. Entonces me hice de coraje pensando que un amante puede olvidar la etiqueta y abrí la puerta, deteniéndome en el umbral.

La habitación estaba llena de suntuosos vestidos tirados por todas partes como en el furor de un saqueo. Cuatro candelabros esparcían alrededor una luz alegre. La Princesa estaba echada en un sillón frente al espejo, ataviada con uno de los más espléndidos vestidos que yo jamás viera.

La llamé y no contestó.
Me acerqué, la toqué y no hizo el menor movimiento. Me di cuenta entonces de que su rostro estaba como siempre lo había visto, pequeño y blanco y algo más triste que de costumbre y un poco asustado. Posé una mano sobre su boca y no sentí respiración alguna; la coloqué sobre su pecho y no sentí ningún latido.

La pobre Princesa estaba muerta; había muerto dulcemente de improviso mientras acechaba ante el espejo el retorno de su belleza. Una carta que hallé en el piso, junto a ella, me explicó el misterio de su inesperado fin. Contenía unas pocas líneas de escritura vertical y marcial, y decía:

“Gentil Princesa:
Me duele sinceramente no poder restituirle el último día de juventud que le debo. No logro ya encontrar mujeres lo suficientemente inteligentes para creer en mi increíble promesa y mi hija se halla en peligro.
Realizaré todavía nuevas tentativas y le comunicaré los resultados, porque es mi más vivo deseo satisfacerla hasta lo último. Considéreme, ilustre Princesa, su devotísimo...”


FIN



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miércoles, 4 de mayo de 2011

BIOGRAFÍAS ► Papini, Giovanni

(Florencia, 1881 - 1956) Escritor italiano. Estudió en el Instituto de Estudios Superiores de Florencia y luego viajó a París, donde conoció a André Gide y a Henri Bergson, cuya obra influyó en él profundamente. De vuelta en Florencia fundó varios grupos y revistas de vanguardia, y se convirtió en uno de los principales animadores del futurismo con la publicación de la obra La experiencia futurista (1920). Tras publicar una primera novela autobiográfica, Un hombre acabado (1912), se convirtió al catolicismo y escribió varias obras de orientación teológica, como Vida de Cristo (1921), Gog (1931) y El diablo (1953), esta última motivo de enconada controversia. Famoso por su condición de gran polemista y agitador cultural, obtuvo, pese a todo, cargos de responsabilidad en la vida pública. Tras dirigir el Centro Nacional de Estudios sobre el Renacimiento, en 1939 fue nombrado miembro de la Academia Italiana.
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"No es posible quedarse a contemplar el ombligo de ayer y no ver el cordón umbilical que aparece a medida que todos los días nace una nueva Argentina a través de los jóvenes. No se lamenten los viejos de que los recién venidos ocupen los primeros puestos de la fila; porque siempre es así: se gana con los nuevos."

de

Pensamiento vivo

“La falsificación (de la historia) ha perseguido precisamente esta finalidad: impedir, a través de la desfiguración del pasado, que los argentinos poseamos la técnica, la aptitud para concebir y realizar una política nacional. Mucha gente no entiende la necesidad del revisionismo porque no comprende que la falsificación de la historia es una política de la historia, destinada a privarnos de experiencia que es la sabiduría madre.”
(...) “Pero se sigue adoctrinando sistemáticamente en la enseñanza de la historia para lo cual los réprobos son los que defendían la soberanía y los próceres los que la traicionaban para fines institucionales.”
(...) “Ese es el gran problema argentino: es el de la Inteligencia que no quiere entender que son las condiciones locales las que deben determinar el pensamiento político y económico.”

“El arte de nuestros enemigos es desmoralizar, entristecer a los pueblos. Los pueblos deprimidos no vencen. Por eso venimos a combatir por el país alegremente. Nada grande se puede hacer con la tristeza”
"Todos los sectores sociales deben estar unidos verticalmente por el destino común de la Nación (...) Se hace imposible pensar la política social sin una política nacional."

Arturo Jauretche

13 de noviembre de 1901 / 25 de mayo de 1974

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