1900: Según indica su partida de nacimiento, Roberto Arlt nació el 26 de abril de 1900, en la calle La Piedad 677, ubicada en el barrio San José de Flores, de la ciudad de Buenos Aires, a las once de la noche. Sus padres son Carlos Arlt y Ekatherine Iobstraibitzer. Ambos habían nacido en Europa. Su madre era de Trieste y hablaba el italiano, su padre había nacido en Posen (Prusia). En distintas oportunidades (veáse Autobiografías-link), el escritor modifica la fecha de su nacimiento, cambiando el día y el mes, y se agrega un segundo y hasta un tercer nombre: «Me llamo Roberto Godofredo Christophersen Arlt y he nacido en la noche del 26 de abril de 1900...» (Autobiografías humorísticas, Revista Don Goyo, nº 63, 14 de diciembre de 1926).
1906: Comienza la escuela primaria en la Escuela Nº 12, de la calle Paramaribo 610, del barrio de Flores.
1910: Cursa tercer grado en otra escuela. Asiste a la Escuela Nº 1, General Justo José de Urquiza, situada en Yerbal 2368.
1913: Nuevo cambio de escuela. Termina quinto grado en la Escuela Nº 7, de Franklin y Trelles.
1916: En las tertulias del periódico del barrio de Flores, La Idea, Roberto Arlt conoce a Conrado Nalé Roxlo, de quien será amigo a lo largo de su vida.
1918: Primera publicación: el cuento Jehová, en la Revista Popular (Nº 26, del 24 de junio de 1918) que dirige J. José de Soiza Reilly.
1920: Publica su ensayo Las ciencias ocultas en la ciudad de Buenos Aires, en Tribuna Libre, (Nº 63, del 28 de enero), publicación quincenal dirigida por Ernesto León Odena. Firma este trabajo como Roberto Godofredo Arlt y la edición reproduce una fotografía suya. En marzo del mismo año viaja a Córdoba.
1921: Realiza el servicio militar en el 13º Regimiento de Infantería situado en la ciudad de Córdoba. Escribe artículos periodísticos en Patria, publicación de la Liga Patriótica Argentina.
1922: Se casa con Carmen Antinucci, joven tres años mayor que él.
1923: En Cosquín, donde se ha establecido con su mujer, nace su hija Mirta Electra.
1924: Con su mujer y su hija regresa a Buenos Aires. Al principio vive en la casa paterna, de Canalejas 2137, del barrio de Flores, luego se ubica en el Barrio de Villa Devoto, en una casa que construye. Comienza a colaborar en las publicaciones Extrema Izquierda, Izquierda y Última Hora.
1925: Publica dos capítulos como adelanto de su novela La vida puerca, que luego por sugerencia de Ricardo Guiraldes llamó El juguete rabioso. Estos capítulos son «El rengo», un fragmento del cuarto capítulo de la novela, y «El poeta parroquial», que luego suprimió del libro.
1926: Publica su primera novela El juguete rabioso en la Editorial Latina. Escribe en la revista Don Goyo, que dirige Conrado Nalé Roxlo. Comienza a publicar cuentos en Mundo Argentino. Colabora en Ultima Hora, Claridad y El Hogar.
1927: Se inicia como cronista policial en el diario Crítica. El 4 de marzo muere su padre.
1928: Entra a trabajar como redactor en el diario El Mundo. Publica notas y cuentos. A partir del 14 de agosto, tiene una sección, llamada Aguafuertes Porteñas (link). En el diario La Nación se publica su cuento Esther Primavera (9 de septiembre). La revista Pulso edita como adelante un fragmento de su novela Los siete locos.
1929: la novela Los siete locos es editada por Claridad.
1930: Emprende un viaje que dura un mes por Uruguay. Pasa dos meses en Brasil. Escribe crónicas con las impresiones de esta experiencia. Gana el Tercer Premio Municipal por Los siete locos.
1931: Publica el fragmento «Un alma al desnudo», de su novela Los Lanzallamas. Revista Azul. Colabora en el periódico de izquierda Bandera Roja.
1932: Se representa «El humillado», fragmento de Los siete locos, en el Teatro del Pueblo, la escenificación pertenece a Leónidas Barletta. Estrena su primera obra de teatro: 300 millones. Publica la novela El amor brujo. Es enviado como corresponsal a Santiago del Estero y Tucumán. Publica en El Hogar La luna roja.
1933: Se presenta en forma de libro una selección de sesenta Aguafuertes porteñas, en la editorial Victoria. Edita El jorobadito, libro que reúne nueve cuentos (editorial Anaconda).
1934: Publica Escena de un grotesco (un esbozo de su pieza teatral Saverio el cruel), en la Gaceta de Buenos Aires.
1935: Viaja por España y conoce Tánger y Marruecos, como enviado del diario El Mundo. Escribe como resultado las Aguafuertes españolas.
1936: Regresa a Buenos Aires. Estrena las obras de teatro Saverio el cruel y El fabricante de fantasmas. Edita también las Aguafuertes españolas.
1937: En Cosquín (Córdoba) muere su hermana Lila. Estrena la obra La isla desierta.
1938: Estrena Africa.
1939: Publica cuentos sobre temas africanos en la revista El Hogar.
1940: Escribe en en la revista socialista Argentina Libre. Viaja a Chile. Estrena su drama La fiesta del hierro. Muere su mujer Carmen Antinucci.
1941: Regresa de Chile. Se casa con Elizabeth Schine en el Uruguay. Publica la nouvelle Un viaje terrible.
1942: Concluye la escritura de su obra de teatro El desierto entra en la ciudad. Registra la patente de su invento de gomificación de medias de mujer. Publica en Mundo Argentino su último cuento Los esbirros de Venecia (1 de julio). Viaja en los primeros días de julio a Córdoba para ver a su madre y a su hija Mirta. El 26 de julio muere en Buenos Aires de un paro cardíaco. El 27 de julio, en el diario El Mundo sale su última nota, titulada Paisaje en las nubes.
SOLILOQUIO DEL SOLTERON
Me miro el dedo gordo del pie, y gozo.
Gozo porque nadie me molesta. Igual que una tortuga, a la mañana, saco la cabeza debajo la caparazón de mis colchas y me digo, sabrosamente, moviendo el dedo gordo del pie:
–Nadie me molesta. Vivo solo, tranquilo y gordo como un archipreste glotón.
Mi camita es honesta, de una plaza y gracias. Podría usarla sin reparo ninguno el Papa o el arzobispo.
A las ocho de la mañana entra a mi cuarto la patrona de la pensión, una señora gorda, sosegada y maternal. Me da dos palmaditas en la espalda y me pone junto al velador la taza de café con leche y pan con manteca. Mi patrona me respeta y considera. Mi patrona tiene un loro que dice: "¡Ajuá! ¿Te fuiste? Que te vaya bien", y el loro y la patrona me consuelan de que la vida sea ingrata para otros, que tienen mujer y, además de mujer, una caterva de hijos.
Soy dulcemente egoísta y no me parece mal.
Trabajo lo indispensable para vivir, sin tener que gorrear a nadie, y soy pacífico, tímido y solitario. No creo en los hombres, y menos en las mujeres, mas esta convicción no me impide buscar a veces el trato de ellas, porque la experiencia se afina en su roce, y además no hay mujer, por mala que sea, que no nos haga indirectamente algún bien.
Me gustan las muchachitas que se ganan la vida. Son las únicas mujeres que provocan en mí un respeto extraordinario, a pesar de que no siempre son un encanto. Pero me gustan porque afirman un sentimiento de independencia, que es el sentido interior que rige mi vida.
Más me gustan todavía las mujeres que no se pintan. Las que se lavan la cara, y con el cabello húmedo, salen a la calle, causando una sensación de limpieza interior y exterior que haría que uno, sin escrúpulos de ninguna clase, les besara encantado los pies.
No me gustan los chicos, sino excepcionalmente. En todo chiquillo, casi siempre se descubren fisonómicamente los rastros de las pillerías de los padres, de manera que sólo me agradan a la distancia y cuando pienso artificialmente con el pensamiento de los demás que coinciden en decir: "¡Qué chicos, son un encanto!", aunque es mentira.
Me baño todos los días en invierno y verano. Tener el cuerpo limpio me parece que es el comienzo de la higiene mental.
Creo en el amor cuando estoy triste, cuando estoy contento miro a ciertas mujeres como si fueran mis hermanas, y me agradaría tener el poder de hacerlas felices, aunque no se me oculta que tal pensamiento es un disparate, pues si es imposible que un hombre haga feliz a una sola mujer, menos todavía a todas.
He tenido varias novias, y en ellas descubrí únicamente el interés de casarse, cierto es que dijeron quererme, pero luego quisieron también a otros, lo cual demuestra que la naturaleza humana es sumamente inestable, aunque sus actos quieran inspirarse en sentimientos eternos. Y por eso no me casé con ninguna.
Personas que me conocen poco dicen que soy un cínico; en verdad, soy un hombre tímido y tranquilo, que en vez de atenerse a las apariencias busca la verdad, porque la verdad puede ser la única guía del vivir honrado.
Mucha gente ha tratado de convencerme de que formara un hogar; al final descubrí que ellos serían muy felices si pudieran no tener hogar.
Soy servicial en la medida de lo posible y cuando mi egoísmo no se resiente mucho, aunque me he dado cuenta que el alma de los hombres está constituida de tal manera, que más pronto olvidan el bien que se les ha hecho que el mal que no se les causó.
Como todos los seres. humanos he localizado muchas mezquindades en mí y más me agradaría no tener ninguna, mas al final me he convencido que un hombre sin defectos sería inaguantable, porque jamás le daría motivo a sus prójimos para hablar mal de él, y lo único que nunca se le perdona a un hombre, es su perfección.
Hay días que me despierto con un sentimiento de dulzura floreciendo en mi corazón. Entonces me hago escrupulosamente el nudo de la corbata y salgo a la calle, y miro amorosamente las curvas de las mujeres. Y doy las gracias a Dios por haber fabricado un bicho tan lindo, que con su sola presencia nos enternece los sentidos y nos hace olvidar todo lo que hemos aprendido a costa del dolor.
Si estoy de buen humor, compro un diario y me entero de lo que pasa en el mundo, y siempre me convenzo de que es inútil que progrese la ciencia de los hombres si continúan manteniendo duro y agrio su corazón como era el corazón de los seres humanos hace mil años.
Al anochecer vuelvo a mi cuartujo de cenobita, y mientras espero que la sirvienta –una chica muy bruta y muy irritable– ponga la mesa, "sotto voce" canturreo Una furtiva lágrima, o sino Addio del passato o Bei giorni ridenti... Y mi corazón se anega de una paz maravillosa, y no me arrepiento de haber nacido.
No tengo parientes, y como respeto la belleza y detesto la descomposición, me he inscripto en la sociedad de cremaciones para que el día que yo muera el fuego me consuma y quede de mí, como único rastro de mi limpio paso sobre la tierra, unas puras cenizas.
CAUSA Y SINRAZÓN DE LOS CELOS
Hay buenos muchachitos, con metejones de primera agua, que le amargan la vida a sus respectivas novias promoviendo tempestades de celos, que son realmente tormentas en vasos de agua, con lluvias de lágrimas y truenos de recriminaciones.
Generalmente las mujeres son menos celosas que los hombres. Y si son inteligentes, aun cuando sean celosas, se cuidan muy bien de descubrir tal sentimiento, porque saben que la exposición de semejante debilidad las entrega atadas de pies y manos al fulano que les sorbió el seso. De cualquier manera; el sentimiento de los celos es digno de estudio, no por los disgustos que provoca, sino por lo que revela en cuanto a psicología individual.
Puede establecerse esta regla:
Cuanto menos mujeres ha tratado un individuo, más celoso es.
La novedad del sentimiento amoroso conturba, casi asusta, y trastorna la vida de un individuo poco acostumbrado a tales descargas y cargas de emoción. La mujer llega a constituir para este sujeto un fenómeno divino, exclusivo. Se imagina que la suma de felicidad que ella suscita en él, puede proporcionársela a otro hombre; y entonces Fulano se toma la cabeza, espantado al pensar que toda "su" felicidad, está depositada en esa mujer, igual que en un banco. Ahora bien, en tiempos de crisis, ustedes saben perfectamente que los señores y señoras que tienen depósitos en instituciones bancarias, se precipitan a retirar sus depósitos, poseídos de la locura del pánico. Algo igual ocurre en el celoso. Con la diferencia que él piensa que si su "banco" quiebra, no podrá depositar su felicidad ya en ninguna parte. Siempre ocurre esta catástrofe mental con los pequeños financieros sin cancha y los pequeños enamorados sin experiencia.
Frecuentemente, también, el hombre es celoso de la mujer cuyo mecanismo psicológico no conoce. Ahora bien: para conocer el mecanismo psicológico de la mujer, hay que tratar a muchas, y no elegir precisamente a las ingenuas para enamorarse, sino a las "vivas", las astutas y las desvergonzadas, porque ellas son fuente de enseñanzas maravillosas para un hombre sin experiencia, y le enseñan (involuntariamente, por supuesto) los mil resortes y engranajes de que "puede" componerse el alma femenina. (Conste que digo "de que puede componerse", no de que se compone.)
Los pequeños enamorados, como los pequeños financistas, tienen en su capital de amor una sensibilidad tan prodigiosa, que hay mujeres que se desesperan de encontrarse frente a un hombre a quien quieren, pero que les atormenta la vida con sus estupideces infundadas.
Los celos constituyen un sentimiento inferior, bajuno. El hombre, cela casi siempre a la mujer que no conoce, que no ha estudiado, y que casi siempre es superior intelectualmente a él. En síntesis, el celo es la envidia al revés.
Lo más grave en la demostración de los celos es que el individuo, involuntariamente, se pone a merced de la mujer. La mujer en ese caso, puede hacer de él lo que se le antoja. Lo maneja a su voluntad. El celo (miedo de que ella lo abandone o prefiera a otro) pone de manifiesto la débil naturaleza del celoso, su pasión extrema, y su falta de discernimiento. Y un hombre inteligente, jamás le demuestra celos a una mujer, ni cuando es celoso. Se guarda prudentemente sus sentimientos; y ese acto de voluntad repetido continuamente en las relaciones con el ser que ama, termina por colocarle en un plano superior al de ella, hasta que al llegar a determinado punto de control interior, el individuo "llega a saber que puede prescindir de esa mujer el día que ella no proceda con él como es debido".
A su vez la mujer, que es sagaz e intuitiva, termina por darse cuenta de que con una naturaleza tan sólidamente plantada no se puede jugar, y entonces las relaciones entre ambos sexos se desarrollan con una normalidad que raras veces deja algo que desear, o terminan para mejor tranquilidad de ambos.
Claro está que para saber ocultar diestramente los sentimientos subterráneos que nos sacuden, es menester un entrenamiento largo, una educación de práctica de la voluntad. Esta educación "práctica de la voluntad" es frecuentísima entre las mujeres. Todos los días nos encontramos con muchachas que han educado su voluntad y sus intereses de tal manera que envejecen a la espera de marido, en celibato rigurosamente mantenido. Se dicen: "Algún día llegará". Y en algunos casos llega, efectivamente, el individuo que se las llevará contento y bailando para el Registro Civil, que debía denominarse "Registro de la Propiedad Femenina".
Sólo las mujeres muy ignorantes y muy brutas son celosas. El resto, clase media, superior, por excepción alberga semejante sentimiento. Durante el noviazgo muchas mujeres aparentan ser celosas; algunas también lo son, efectivamente. Pero en aquellas que aparentan celos, descubrimos que el celo es un sentimiento cuya finalidad es demostrar amor intenso inexistente, hacia un_ bobalicón que sólo cree en el amor cuando el amor va acompañado de celos. Ciertamente, hay individuos que no creen en el afecto, si el cariño no va acompañado de comedietas vulgares, como son, en realidad, las que constituyen los celos, pues jamás resuelven nada serio.
Las señoras casadas, al cabo de media docena de años de matrimonio (algunas antes), pierden por completo los celos. Algunas, cuando barruntan que los esposos tienen aventurillas de géneros dudosos, dicen, en círculos de amigas:
–Los hombres son como los chicos grandes. Hay que dejar que se distraigan. También una no los va a tener todo el día pegados a las faldas...
Y los "chicos grandes" se divierten. Más aún, se olvidan de que un día fueron celosos...
Pero este es tema para otra oportunidad.
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